Mi homepage

Foro

=> ¿No se ha registrado todavía?

Foro para los usuarios de Zero Kensei Fansub

Foro - Voces Ancestrales - Los Ecos del Silencio

Se encuentra aqui:
Foro => Foro Otaku => Voces Ancestrales - Los Ecos del Silencio

<-Volver

 1 

Siguiente->


dark_cayser
(Hasta ahora 1 Post)
04-07-2010 23:33 (UTC)[citar]
Fic basado en Saint Seiya. Saint Seiya y todos sus personajes son propiedad de Masami Kurumada. Este Fic es sin fines de lucro.

Saint Seiya: Voces Ancestrales - Los Ecos del Silencio

La seca y cálida noche de verano caía sobre la inmensidad de la espléndida ciudad de Atenas, la capital Helénica. El paulatino ocultamiento del imponente astro rey es acompañado por un leve descenso de la elevadísima temperatura que predominó durante el día. La luces del alumbrado público toman la ciudad poco a poco y aumentan su luminosidad a medida que la luz del Sol pierde potencia. Junto con ellos, los refinados carteles luminosos, que incrementan la luz en la principal avenida, agregan una considerable y exquisita gama de colores al centro de la ciudad más extensa de Grecia. Alrededor de Atenas se encumbran una vasta cantidad de colinas, que hacen del principal centro político, económico y cultural del estado Helénico una ciudad magnífica para el turismo.
En una zona cercana al Partenón de Atenas, se erigen una serie de colinas. Entre las mismas, hay una en particular; una la cual encuentra constantemente rodeada de nubes en su cima. Nadie sabe con certeza que es lo que allí se encuentra. Las nubes esconden algo; algo secreto... Algo que permanece allí desde tiempos inmemoriales. Según se dice, en esa colina, detrás de las nubes, se encuentra una fortaleza impenetrable. Una fortaleza divina. Casi mágica. “¡Es la fortaleza de la Diosa Athena!” dice algún habitante de Atenas, mientras el resto de las personas lo miran con extrañeza. “¡En ese lugar Athena y sus Santos de la esperanza se preparan para proteger al Mundo!”, dice otra persona en otro lugar de Atenas. “¡Durante siglos Athena ha protegido a la Tierra de los ataques de los Dioses sedientos de poder!”. Es habitual escuchar relatos semejantes en las calles de Atenas y con frecuencia las personas que relatan éstas aventuras son tratadas cómo dementes. Personas sin motivo de vida, que viven en una realidad alterada por su condición mental...
Sin embargo, éstos relatos pasados verbalmente durante siglos dejan en las personas que los escuchan, pero ignoran, una extraña sensación de curiosidad. Sensación de que tal vez éstos relatos tengan cierta veracidad...

CAPÍTULO 1:
Divino resplandor – Parte 1


Con excesiva dificultad se puso de pie una vez más, apoyándose en su báculo dorado. A su alrededor, aquellos que tantas veces la protegieron con fiereza se encontraban al borde mismo de la muerte, si no ya muertos, con sus cuerpos empapados en sangre; la misma sangre que estaba regada por todo el pavimento de cristal de la mansión del magnífico Rey del Olimpo. La esbelta figura femenina que alguna vez fuera efusivamente envidiada por las más hermosas damas y fanáticamente pretendida por los más ilustres caballeros, ahora era un cúmulo de heridas sumamente profundas, fracturas y sangrados internos y externos. El dolor que infringían dichas heridas haría llorar y lamentarse al más salvaje y audaz héroe mitológico. Su armadura ya no existía; lo único que quedaba era el báculo y apenas un pedazo del dorado escudo. Sin embargo, a pesar de estar desprotegida y del penetrante dolor ella se levantó y se mantuvo estoica defendiendo sus ideales de amor y justicia; pero más que nada, defendiendo a sus seres amados. Defendiéndolos del monumental e insuperable Rey de los Dioses; el musculoso y barbado Zeus.
–Aún te levantas, hija mía –dijo teniéndole lástima a la Diosa- Tantos años mezclándote con ellos... Sus debilidades cómo el amor han obnubilado tu sano juicio de Diosa, Athena... –prosiguió con indignación en su tono de voz -¿¡Por qué es que te empecinas en defender a éstos humanos herejes!? –exclamó aquél que amontona las nubes, sin comprender las acciones de su hija.
Athena se mantenía en pie, casi inconsciente de dolor, incendiando lo poco que le quedaba de su dorada cosmoenergía. No pronunciaba ni una palabra. No mostraba expresión alguna en su rostro. Ni siquiera mostraba su dolor, ni su desesperación.
–¡¡Contéstame Athena!! –gritó el Dios del Relámpago, mientras miles de rayos celestes se acumulaban en sus poderosas manos. Athena mantenía su postura, sin contestar, lo cual enfurecía más a su padre. Zeus llevó sus manos hacia delante, pretendiendo atacar a la Diosa de la guerra. -¡¡Contéstame!! –volvió a rugir encolerizado el rey lanzando todos sus rayos hacia Athena, que musitó lo siguiente.
–S...Santos...

–¡¡Athena no!! –gritó acompañando su abrupto despertar, que lo hizo erguir su algo envejecido torso–. Era un sueño... –susurró respirando agitado. Tomó su cabeza, enterrando sus dedos en la larga cabellera grisácea oscura–. Ya van varias noches... varias noches que sueño con Athena... con ese día... –dijo mientras retiraba las blancas sábanas de seda de su humanidad. Movió sus piernas apoyando los pies sobre el frío suelo de mármol. Miró hacia la gran ventana ovalada a su derecha, notando que el oscuro cielo de madrugada comenzaba a aclarar muy levemente en el horizonte, más no llegaba a romper con la oscuridad reinante. Miró su reloj de pared dorado con manecillas de plata. –Las cinco treinta... en breve amanecerá...
Dejó caer pesadamente su aún medianamente somnoliento cuerpo sobre la almohada de plumas, quedando apoyado sobre su brazo izquierdo. Aunque envejecido, su cuerpo mostraba pronunciados músculos y cicatrices, cómo si de un veterano guerrero retirado se tratara. Cerró los ojos brevemente. Todavía tenía deseos de dormir, de disfrutar las delicias del sueño. Sin embargo, algo le hizo abrir los ojos nuevamente.
–¿Qué será ésta sensación que tengo? –se preguntó en voz alta-. ¿Qué es lo que significan éstos sueños?
Se levantó nuevamente y se acercó hasta la ventana de marcos dorados. La abrió para sentir la templada brisa pre matinal. Inspiró profundamente para llenarse los pulmones de tan tranquilizante céfiro. El aroma del verano de Atenas lo llenaba de vigor juvenil.
–El Santuario descansa aún. Sólo los guardias del turno nocturno se mantienen despiertos –se explicó a sí mismo–. Que hermosa vista tiene el santuario y las colinas circundantes en la madrugada. Las estrellas iluminan cómo nunca –prosiguió para sí.
El siempre alborotado Santuario, por las noches se transformaba en una fortaleza seriamente caracterizada por la serenidad. Ni siquiera los efímeros sonidos del aleteo de las aves que rondaban todavía y alguna risa aislada de los guardias de la rueda nocturna podían quebrantar el silencio sepulcral imperante.
Inspiró una vez más y dio media vuelta en dirección al cuarto de baño dónde, entre otras cosas, tomó una ducha. Luego del interior de un guardarropas rústico de madera tomó un pantalón negro y una franela de igual color para vestirse. También extrajo una bata azul con largas mangas y adornos de oro con la cual cubrió todo su cuerpo desde los hombros hasta sus pies. De una mesa de ébano a pocos pasos del ventanal tomó un casco adornado con gemas y tribales grabados en la superficie y lo colocó en su cabeza, ensombreciendo los azules grisáceos ojos para que nadie pudiera divisarlos.
Marchó hacia la puerta de sus aposentos, dirigiéndose hacia la Sala Principal del Santuario, dónde se encontraba el trono de oro y almohadones de terciopelo rojizo perteneciente a su Diosa. Traspasó rápidamente la amplia habitación de piso de mármol blanco y altas paredes con ventanales en la parte más alta, sin detenerse en absoluto. Salió así de la enorme edificación, ubicada en uno de los puntos más altos del Santuario y de construcción típica del antiguo Imperio Griego. Descendió por la ancha escalinata, rodeada de hermosos campos de rosas tan rojas cómo la propia sangre y espinas tan afiladas cómo el más fuerte sable de guerrero. Prosiguió su camino encontrándose frente a una de las llamadas Casas Zodiacales, hogar de los más potentes y valerosos guerreros del Santuario; la última y más poderosa línea defensiva y ofensiva del Santuario: los Santos de Oro. Cada uno de ellos era protegido por una de las doce constelaciones Zodiacales y sus doradas armaduras, brillantes cómo el propio Sol, simbolizaban la forma de las mismas.
El hombre atravesó la Casa Zodiacal que precedía a su templo en la empinada colina, correspondiente a la constelación de Piscis, la doceava y última de todas. Recorrió una a una todas las vacías Casas Zodiacales. El destino aún no había revelado a los nuevos Santos Dorados, excepto uno: el joven Santo Taurino. Apenas había cumplido los quince años, pero antes de los doce ya había despertado la conciencia del cosmos; un sentido que maximizaba al mismo y lo llevaba al infinito: el Séptimo Sentido. Su designación fue inminente.
Llegando a la Casa de Tauro, el hombre se encontró con el joven moreno de grandes músculos y una altura que no era propia del común de los adolescentes de su edad. El joven se encontraba sentado en el suelo con sus piernas cruzadas, tal y cómo se sentaban los antiguos indios. La negra cascada que tenía cómo cabellera florecía desde su cabeza hasta la mitad de la espalda, cubriendo sus ojos que permanecían cerrados y sus facciones algo rústicas. Al sentir la presencia de su líder, interrumpió su meditación y se levantó para recibirlo.
–Gran Papa –dijo en cuánto su líder se encontró a pocos metros–. ¿Qué hace levantado a ésta hora? ¿Acaso sucedió algo en el Santuario de lo que yo deba enterarme mi señor? –preguntó con preocupación–.
–Tranquilo, Kérato –dijo el Gran Papa calmando al joven Santo–. Me he despertado y cómo no he podido volver a conciliar el sueño decidí recorrer el Santuario hasta que fuese la hora de despertar a mis jóvenes aprendices –explicó–. Lo que me sorprende es que tú estés despierto Kérato. Conociéndote supuse que aún dormirías plácidamente –dijo con una leve sonrisa.
–También me he despertado de repente –dijo algo sonrojado y avergonzado por el comentario-. Siento algo extraño. Algo que nunca había sentido antes.
–Así que tú también lo sentiste –hizo una larga pausa cerrando sus ojos, mientras el Taurino lo miraba expectante-. Hace ya un tiempo que estoy teniendo extraños sueños sobre una época pasada...
–¿Señor? –dijo cada vez más extrañado.
–Las estrellas en Star Hill no me han dado respuestas aún –miró hacia el techo de la casa de Tauro, cómo tratando de encontrar a las estrellas–. Pero... siento que en breve podrán concederme el dictamen que necesito.

/////////////////////

Entre los muros y por las calles del Santuario la luz del Sol comenzaba lentamente a crear contrastes de luz y sombra. Los soldados rasos que custodiaban el refugio en el turno nocturno llevaban a cabo el cambio de guardia. “¡Por Athena!” decían los que abandonaban sus puestos a la vez que golpeaban el puño con el que sostenían sus jabalinas de afiladas y puntiagudas hoja de plata contra la ligera armadura que protegía su corazón. “¡Hasta la muerte!” contestaban los que asumían la responsabilidad para el día golpeando intensamente la extremidad inferior de la jabalina, cubierta por un taco de bronce, contra el suelo haciendo rechinar el metal. Este era el saludo que siempre se escuchaba en los cambios de guardia. Alguno podría pensar que sólo se trataba de un formalismo protocolar; un procedimiento burocrático impuesto por los Papas o por la propia Athena. Más fueron los propios centinelas del Santuario los que implantaran desde tiempos inmemoriales éste saludo en honor y total devoción a la Diosa que los protegía. Y así era de esperar, pues todos ellos habían sido alguna vez aprendices de Santos que, por voluntad del caprichoso destino, no habían logrado obtener una armadura y, por ende, convertirse en verdaderos Santos. La gran mayoría de éstos aprendices desdichados se marchaba del Santuario con vergüenza y resentimiento, olvidando el juramento de lealtad a Athena y su causa. Sin embargo, estaban aquellos pocos que aún heridos en su orgullo se mantenían estoicos cumpliendo con placer su compromiso.
Dentro de la guardia de soldados rasos había una jerarquía claramente definida por las vestimentas que vestían: aquellos cuyas vestimentas eran de color verde solían ser aprendices que jamás pudieron despertar el cosmos y se los llamaba simplemente Soldados Rasos. Por sobre éstos se encontraban los Soldados Rasos Especiales, marcados por sus vestimentas moradas. Fueron aprendices cuyo cosmos fue despertado más ninguna constelación los agració con su protección. Se dice que son tan fuertes cómo un Santo de Bronce. Finalmente, por sobre las dos categorías anteriores se encuentran los Soldados Rasos más poderosos de toda la tropa, aquellos de vestimentas azules que fueron alguna vez candidatos a vestir armaduras de Plata: los Soldados Rasos de Élite.
–Hermosa mañana ¿no te parece, Cisum? –dijo el soldado de castaña cabellera–.
–Ya lo creo que sí, Lars. Y será un día por demás caluroso –afirmó el de ojos marrones–.
–Los últimos días han sido bellísimos –dijo Lars mirando al cielo y tapándose el Sol de los ojos –. No ha llovido, pero tampoco ha habido las olas de calor típicas de aquí.
–Esperemos que así se mantenga el clima. Mañana es mi día libre y pienso irme a la playa –aseguró Cisum –.
–¿Playa? ¡Ja! Con qué facilidad te contentas compañero –se burló Lars. Cisum lo miró y sonrió.
–No necesito más que eso para ser feliz.

/////////////////////

Ya eran cerca de las ocho de la mañana y el Sol ya estaba instalado en el firmamento, iluminando cada recoveco de la fortaleza Ateniense. Luego de una extensa charla en la Casa de Tauro, Gran Papa continuó su marcha hacia dónde dormían sus aprendices acompañado por el joven Kérato. Recorrieron el extenso Santuario, saludando a su paso a los guardias que recién tomaban su posición. Los guardias mostraban su respeto, saludando a su líder con la frase “¡Por siempre fieles Gran Papa!”, a lo que el Pontífice respondía amablemente diciendo “Athena los glorifique”. La amabilidad del Gran Papa no hacía más que aumentar día a día el respeto que cada uno de los soldados le tenían. Lo respetaban cómo a un Dios.
Recorrieron largamente el santuario hasta llegar al pequeño bosque dónde se alojaban los aprendices. Era un pequeño lugar tupido de grandes y fuertes robles, entre los cuáles se erigían pequeñas casas de paredes y techos de madera. En éstas se alojaban los aprendices. Kérato siguió al Gran Papa pasando por dos casas y deteniéndose en la tercera.
–¡Despierten pequeños! –gritó el Gran Papa al tiempo que golpeaba suavemente la puerta de la casa –. Ya es hora de empezar a entrenar.
Esperaron un par de minutos, pero los aprendices del Pontífice no parecían dar señales.
–¿Seguro que están aquí señor? –preguntó Kérato –.
–Ya lo veremos –El gran Papa abrió la puerta. Grande fue su sorpresa cuando no encontró a los pequeños aprendices dentro de la casa–. ¡Esos niños! –gritó enfadado–. Otra vez se escaparon –dijo al tiempo que daba media vuelta en dirección contraria a la casa–. Debemos ir a buscarlos Kérato. Sé dónde se encuentran.
–¿Ya se habían escapado antes, verdad señor? –preguntó Kérato.
–Sí. –respondió haciendo una breve pausa–. Se escapan casi todos los días –dijo resignado mirando hacia el suelo–. Es por eso que te pedí que vinieras conmigo hoy Kérato. Tengo fe en que tu presencia en su entrenamiento de hoy les haga entender la importancia del mismo –explicó–.
Kérato lo miró extrañado. No concebía que el Gran Papa aún mantuviera a esos dos aprendices bajo su mando.
–Con todo respeto mi señor, ¿cómo puede ser que les permita ese comportamiento? –cuestionó el Taurino. El Gran Papa lo miró seriamente. Sabía que Kérato tenía razón. Más también estaba convencido del potencial de los pequeños.
–Tienen un potencial enorme, Kérato. Serán dos Santos que fortalecerán de forma increíble a nuestro ejército –respondió–. Pero ¿acaso tu no has tenido también tus travesuras de niño? –replicó.
Kérato se sonrojó y bajó la cabeza. Sonriendo respondió –Tiene usted razón Su Ilustrísima.
–No te sientas mal Kérato –le dijo a la vez que tomaba el hombro del Dorado. Acompáñame a Villa Rodorio ¿sí?.
–De acuerdo señor. Será un placer –respondió sonriendo el joven–.
Retomaron la marcha, pero ésta vez hacia Villa Rodorio, la pequeña localidad ubicada en las afueras del Santuario, en la misma colina en la que se ubicaba éste. Los habitantes de Rodorio vivían épocas de prosperidad cómo jamás antes se recordaban. Habían sido uno de los pocos poblados del Mundo que no había sufrido los embates de la última Guerra Santa que acabara con más del sesenta por ciento de la población Mundial.
–¡Y todo se lo debemos a Athena! ¡Salve la Diosa Athena! –gritó el líder máximo de la ciudad–.
–¡¡Salve!! –gritaron al unísono los pobladores–.
–Y así hoy, veinticuatro de Junio de dos mil doscientos veintiocho, conmemoramos el día en el que Athena finalmente erradicó de la Tierra toda amenaza divina y salvó no sólo a nuestro pueblo, sino a las pocas personas que lograron sobrevivir a la más sangrienta de las guerras jamás libradas entre los Dioses –culminó al tiempo que hacía una seña con la mano. Apenas dio esa señal, una banda de comenzó a tocar una exquisita pieza musical que hacía recordar al canto de las Musas. El lugar estalló en júbilo; la fiesta que abarcaba el día entero daba comienzo a las ocho treinta de la mañana entre calles adornadas con luces y guirnaldas de vivos colores. Si bien la villa se había modernizado, los habitantes habían mantenido la fisonomía antigua del lugar. El pueblo mantenía las calles y casas de adoquín, además de los faroles de luz a fuego. Todo esto maravillaba a Kérato, que provenía de la megalópolis brasileña Sao Paulo.
–Increíble que todavía existan pueblos así –dijo mientras admiraba el panorama–.
–¿Nunca has venido a Rodorio en los ocho años que has estado en el Santuario? –preguntó con sorpresa el Pontífice-.
–Jamás mi Señor –contestó aún fascinado–. ¿Cómo es que éste lugar es tan antiguo?
La gente de Rodorio siempre ha sido conservadora –explicó el Gran Papa–. Siempre se han propuesto a mantener el aire antiguo del pueblo. Y ésta costumbre la han pasado de generación en generación.
–Para mí que provengo de la gran ciudad, esto es verdaderamente fabuloso –contestó Kérato sonriendo–.
Recorrieron durante unos minutos las calles. Las personas que festejaban se tomaban unos minutos para saludar y mostrar su gran respeto por el Pontífice y Kérato, que de cuando en cuando se detenían a conversar con algunos pobladores. De pronto, el Gran Papa sintió unos agudos gritos lejanos.
–¡Ven aquí tonto! ¡No te escaparás Albius! –gritó un niño de unos siete años a lo lejos, persiguiendo a quién le robara sus dulces–. ¡¡Espera!!
–¡¡Alcánzame si puedes Dídimos!! –gritó el ladrón mientras reía sin cesar–. ¡¡Siempre eres tan lento!! –se burló.
–¡¡Cuando te agarre te mato Albius!! –amenazó el pequeño peliblanco–.
–¡¡Si es que puedes tortuguita!! –respondió Albius que corría mirando hacia atrás, cuando de repente–. ¡¡Ouch!! –se quejó al chocar contra lo que el pensó era una pared. Dejó caer los dulces robados al suelo y se rascó la frente en señal de dolor–. ¡¡Demonios!! ¿Quién puso una pared en la calle? –dijo mientras abría los ojos. Levantó la mirada, sólo para encontrarse con que había chocado contra un hombre. El brillo de la dorada armadura lo cegó momentáneamente. Cuando pudo recobrar la visión, su corazón se detuvo por el miedo que le causó ver al enorme Kérato y al Gran Papa frente a él.
–Así que aquí estaban, pequeños gemelitos –dijo a regañadientes el Gran Papa–.
Dídimos llegó segundos después y se detuvo al instante, mirando al dúo con los mismos nervios que su hermano gemelo.
–Albius, Dídimos, ¿puedo saber que hacen aquí? –inquirió el Pontífice–.
Los pequeños se mantuvieron callados. Albius tirado en el suelo y Dídimos parado detrás de su hermano, mirando ambos con los ojos abiertos al máximo a su Maestro y a Kérato con miedo, sorpresa y resignación. Sabían que les esperaba un castigo por haberse escapado otra vez.

CAPÍTULO 1:
Divino resplandor – Parte 2


Concluida la visita a Villa Rodorio, los aprendices vistieron sus ropas de entrenamiento, que constaban de un pantaloncillo y una playera de color blanco y rodilleras de color cobrizo. El Gran Papa cubrió las manos y los antebrazos de los gemelos con vendas rojas. Si bien éstos vendajes protegían mínimamente los puños, ayudaban a que no sufrieran lesiones innecesarias. Ya listos para entrenar, se pararon frente a su Maestro con las piernas algo abiertas y los brazos flexionados hacia atrás, dejando los puños cerrados, con la palma hacia arriba, a la altura de la cintura. El Pontífice los rodeo y sorpresivamente les golpeó fuertemente la espalda buscando hacerlos caer. Sin embargo, los niños apenas se balancearon.
–Veo que han aprendido a mantener bien firme la postura ante ataques sorpresivos. Me alegra ver que después de todo los entrenamientos surten algo de efecto en dos aprendices tan haraganes –dijo con amarga satisfacción mientras volvía a situarse frente a los jovencitos–. Les he explicado una y otra vez que mantener la postura y la vertical es vital para una batalla, ¿verdad?

Los niños asintieron. Kérato observaba el inicio del entrenamiento y no podía evitar recordar los años de entrenamiento bajo la tutela del representante de Athena en la Tierra.
–Así que sigue haciendo lo mismo –pensó esbozando una sonrisa–. Es entendible. Cómo Maestro ha sido muy estricto y en extremo formidable. Pero cómo persona –continuó pensando, haciendo una pausa–. Cómo persona... ha sido cómo un padre –concluyó–.

–Ahora pequeños, ¡a calentar el cuerpo! –exclamó el Pontífice–. Correrán hasta el Coliseo Mayor.
–¿¡Qué!? –gritaron los jovencitos–.
–Así es. Si bien tuvimos un precioso paseo por Villa Rodorio no puedo dejar pasar por alto el hecho de que se alejaron del Santuario sin mi permiso. Agradezcan que no les doy un castigo tan severo como el que merecen –afirmó con voz autoritaria–. ¿Tienen alguna objeción? –preguntó desafiante intimidando a los niños–. Me imaginé que no... Les explicaré en que consistirá el calentamiento –el Gran Papa señaló el Coliseo Mayor y explicó la rutina-. Trotaran suavemente hasta la mitad del camino y llegados a éste punto aumentarán la velocidad hasta que lleguen al Coliseo. A la vuelta comenzarán con la misma velocidad con la que llegaron y a mitad de camino volverán a toda velocidad. No debería tomarles más de quince minutos... –el Sumo Sacerdote se acercó al Santo Dorado y tomando su hombro concluyó–. ...y Kérato los acompañará por si acaso deciden sentarse a descansar en medio del ejercicio.

Kérato asintió. En seguida dio un paso al frente y miró a los pequeños como diciéndoles “¿Vamos?”. Albius y Dídimos todavía sentían algo de temor al ver al tremendo Kérato. Sin embargo, la intervención del dorado en Villa Rodorio convenciendo al Gran Papa de dar una vuelta por la fiesta los había hecho confiar un poco en él. Ambos sonrieron, se dieron media vuelta, se miraron el uno al otro y comenzaron a correr, seguidos por el musculoso Kérato.
Los gemelos corrían por delante del dorado, que los seguía sin hacer casi esfuerzo. Entonces llegaron a la mitad del recorrido y aumentaron su velocidad. A metros del Coliseo los hermanos se miraron y comenzaron a cuchichear entre ellos. Kérato no alcanzaba a entender lo que hablaban hasta que sorpresivamente Albius miró hacia atrás.
–Oiga –dijo Albius algo nervioso–. Dídimos y yo queríamos preguntarle algo, ¿podemos?
–No tengo inconveniente pequeño.
–Ajá... Bueno... ¿Qué edad tiene usted? –preguntó finalmente Albius–. Kérato rió y respondió.
–¿Yo? –preguntó sonriendo–. ¿Me creerían si les digo que tengo quince años?
–¿¡Que qué!? –gritaron sorprendidos al unísono–. ¡No le creo! –chilló Dídimos–.
–¡No me venga con bromas! A mi se me hace que usted tiene como cuarenta –dijo enseguida Albius. Kérato volvió a reír–.
–Verdaderamente tengo quince años pequeños. Recién acabo de cumplirlos, el siete de Mayo. Ustedes acaban de cumplir los siete años ¿verdad? –preguntó–.
–Así es señor. El trece de Junio –contestó Dídimos–.
–Geminianos ¿eh? Muy bien... Bueno, basta de charla, debemos llegar antes de que pasen quince minutos o el Gran Papa los retará.
–¡Si! –gritaron ambos–.

Continuaron la marcha, hasta que llegaron al Coliseo Mayor dónde dieron media vuelta y comenzaron la marcha para volver a los Campos de Entrenamiento. Como les indicó el Pontífice, a mitad de camino los aprendices comenzaron a correr a toda velocidad. Albius era algo más rápido que su hermano Dídimos por lo que le sacó unos metros de distancia.
–¡Apresúrate Dídimos o llegaré antes que tú! –gritó en tono de broma Albius–.
–¡No me ganarás ésta vez! –contestó Dídimos que comenzó a acelerar para alcanzar a su gemelo–.
–¡Ja! ¡Tortuguita!
Dídimos trataba sin suerte de alcanzar a Albius. Algunos metros más atrás Kérato los observaba. Lo que para los niños era una carrera a toda velocidad, para él era casi como una apacible caminata. De repente, Kérato sintió algo extraño.
–¿Qué son estos cosmos? –preguntó para sí–. Son muy poderosos –pensó observando a los gemelos–.
–¡Vamos Dídimos! ¡Trata de alcanzarme! –se burló una vez más Albius. Dídimos comenzó a sentirse molesto por las burlas de su hermano. Pero por mas que tratara de alcanzarlo lo único que conseguía era más burlas, sintiéndose humillado y resentido. Kérato siguió sintiendo ese cosmos poderoso y sentía que se hacía aún más fuerte.
–Uno de los cosmos aumenta su poder. Tiene un aire maligno y está siendo expulsado desde uno de los niños no puedo identificar de cual de los dos sale. Sus cosmos son casi idénticos. –pensó con desesperación–. ¡Debo alcanzarlos! ¡¡Debo saber quién es el que está manifestando esa maldad!!
Aumentó la velocidad pero justo en ese instante –¡Ah! –gritó fuertemente Albius cayendo al suelo. Kérato notó que el pequeño tomaba su pecho a la altura de su corazón. El Taurino se detuvo ante éste, pero Dídimos, pensando que se trataba de una broma de su hermano, prosiguió con su marcha. Miró hacia atrás para burlarse, pero al ver que Albius estaba tirado dando alaridos de dolor, sintió una preocupación que lo obligó a detenerse y a devolverse hasta el lugar dónde Albius se retorcía.
–¡Albius! ¿¡Qué te sucede!? –gritó una y otra vez Kérato tratando de entender que le sucedía al niño.
–¡Hermano! –gritaba desesperado Dídimos.
Albius continuaba gritando y retorciéndose de dolor en el suelo tomando su corazón. Kérato sintió que ambos cosmos habían desaparecido y se lamentó al no haber podido precisar cual de los geminianos había exteriorizado esa maldad. Sin embargo, ahora su preocupación radicaba en reanimar al dolorido Albius. En ese momento el Gran Papa llegó al lugar con la misma expresión de preocupación que mostraba el dorado. Posó su mano sobre el corazón del dolorido aprendiz y encendió su cosmos. Para sorpresa y especial alivio de Dídimos, Albius se calmó y dejó de sentir dolor, pero perdió el conocimiento.
–¡Tarco! –gritó el Gran Papa llamando a uno de los Soldados Rasos de Élite–. ¡Llévate a Albius a la enfermería de inmediato! –le ordenó con suma preocupación–.
–¡Sí señor! –obedeció el Soldado. Tomó a Albius y partió increíble velocidad hacia la enfermería–.
–¡Yo iré con él! ¡No puedo dejarlo solo! –afirmó Dídimos–.
–¡No! Tu debes seguir entrenando Dídimos –contestó el Gran Papa–.
–Pero Maestro, ¡tengo que ir con él! ¡Yo tengo la culpa de que haya caído! –manifestó con claro sentimiento de culpa–.
–¿Qué dices Dídimos? ¿¡Cómo que tu tienes la culpa!?
–¡Así es señor! –dijo Dídimos largándose a llorar–. ¡Me sentí mal porque no podía alcanzarlo y sentí que algo salió de mí y lo atacó señor! –gritó sin parar de llorar–. ¡Déjeme ir Maestro!
Kérato y el Sumo Sacerdote se miraron desconcertados. Sin embargo, necesitaban un momento a solas para discutir lo que había sucedido.
–Está bien Dídimos –dijo agachando la cabeza–. ¡Liun! ¡Lleva a Dídimos a la enfermería para que vea a su hermano! –ordenó a otro Soldado de Élite que se encontraba a pocos metros a su izquierda–.
–A la orden –el pelirrojo tomó a Dídimos y corrió también a sorprendente velocidad en dirección de la enfermería.

Pontífice y Dorado permanecieron en silencio unos minutos. Ambos pensaban con ansiedad y desasosiego en lo que había acontecido, pero no encontraban respuestas.
–Sentí un cosmos maligno en uno de ellos mi señor –dijo rompiendo el silencio Kérato–. Pero no pude identificar quién de los dos era el que lo estaba manifestando.
–Yo también Kérato... –dijo entre dientes apretando su puño–. No puede ser. Creí que... Creí que ésta vez sería diferente... –el Gran Papa tomó su rostro y resoplaba con evidente inquietud–. Pero veo que la historia vuelve a repetirse... ¡Diablos! –gritó enfurecido al tiempo que golpeaba el suelo con una potencia inverosímil que no sólo dejó un cráter inmenso a su alrededor, sino que hizo temblar todo el Santuario. Kérato saltó para no recibir la onda expansiva del golpe y cuando cayó, no pudo evitar mirarlo atónito. Jamás había visto a quien consideraba un padre reaccionar de forma tan desmedida. Se acercó al profundo cráter y saltó dentro del mismo, quedando a un par de metros del Sacerdote.
–Señor... –musitó–. ¿Acaso...? ¿Acaso usted sabe qué significa esto? –preguntó con timidez–.
–Así es Kérato –respondió–. Lo sé... Pero no puedo hablar de eso aquí. Debo regresar a mis aposentos. Tengo mucho que pensar.
–¿Sería atrevido de mi parte si le pido acompañarlo? –preguntó aún nervioso. El Gran Papa se tomó unos segundos para responder, tensando el ambiente aún más.
–Claro que no Kérato –respondió con algo más de calma–. Debes conocer esa parte de la historia también –respondió a regañadientes–.

Ambos enfilaron hacia las Casas Zodiacales sin decir una sola palabra. Kérato notaba a su antiguo Maestro muy nervioso, pero no se atrevía a preguntarle nada hasta que arribaran a la Sala Principal. No obstante, sentía que ni siquiera en ese lugar podría preguntarle absolutamente nada. Toda la situación recientemente experimentada lo había dejado perplejo y con una creciente sensación de peligro. El cosmos maligno; el pequeño Albius cayendo al suelo con dolor en el corazón; Dídimos y el supuesto ataque a su propio hermano; el Pontífice y su ataque de cólera... Todo eso le daba vueltas una y otra vez por la cabeza en el camino, y lo peor de todo era que no encontraba respuestas.
–Supongo que él sabe que sucedió.
Finalmente entraron a la sala Principal. Ante la atenta e inquieta mirada del Taurino, el Gran Papa tomó de un mueble de ébano una botella a medio tomar de vino tinto y una copa de fino cristal tan brillante cómo el más caro diamante. Sirvió el oscuro contenido de la botella hasta la mitad de la copa. Tapó con un corcho la botella pero no la devolvió a su lugar. Caminó hasta su trono y se dejó caer pesadamente sobre el mismo. Tomó un par de tragos y permaneció en silencio, resoplando una y otra vez. Kérato se arrodilló ante él y allí permaneció callado. Entonces, el Papa habló.
–¿Conoces la historia de la constelación de Géminis? –preguntó el Pontífice con voz calma–.
–Señor... Si... La constelación fue creada en honor a los gemelos Cástor y Pólux –respondió Kérato–. La Mitología dice que ellos tuvieron una disputa con sus primos Idas y Linceo en la cual Cástor murió.
–Así es Kérato. Y Pólux renunció a su inmortalidad pues no quería pasar su vida sin su hermano. –continuó el Gran Papa–. Pero Zeus y Hades hicieron un pacto, por el cual ambos gemelos pasarían seis meses en el Olimpo cómo inmortales y seis meses en el Infierno cómo humanos fallecidos... –volvió a hacer silencio durante unos segundos para beber otro trago, más largo que los anteriores–. Para poder estar juntos, ellos debían pasar la mitad de su existencia en la luz y la otra mitad en las sombras... Y así se dividió la energía que influencia a la constelación de Géminis: en luz y sombra.
–¡Señor acaso...! –exclamó Kérato levantándose súbitamente.
–Sí... La constelación de Géminis se divide en luz y sombra. Cada Geminiano nace bajo la influencia de la luz y la sombra, pudiendo estar ambas equilibradas o ser una más fuerte que la otra... Pero...

Este fic esta realizado por Aquiles de zona seiya no fansub
Zero-Dark (Visitante)
16-07-2010 21:00 (UTC)[citar]
O.O
esta chida...
veneno2011
(2 Posts hasta ahora)
17-07-2010 09:30 (UTC)[citar]
la neta no la e leeido pero chido aporte aber si algun dia lo leeo
Saludos !!!
AnimeFiles.es.tl (Visitante)
09-08-2010 23:25 (UTC)[citar]
0.0 interesante

Respuesta:

Tu nombre de usuario:

 Color de texto:

 Tamaño de letra:
Cerrar tags



Temas totales: 4
Entradas totales: 9
Usuarios totales: 24
En este momento conectados (usuarios registrados): Nadie crying smiley
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis